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Religioso camiliano en el Hospital Parroquial San Bernardo
Curso Pastoral de la Salud online
20 julio, 2020
Una comunidad camiliana en Chile desde 2005, evangelización sanando con la caridad y la integralidad
22 julio, 2020
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Religioso camiliano en el Hospital Parroquial San Bernardo
UNA GOTA DE RELIGIÓN PURA EN UN MAR DE BARRO
[1]
Testimonio de una capellanía pastoral hospitalaria camiliana en tiempo de Covid-19
–
San Bernardo, Chile
29/06/2020
No temerás la peste que se desliza en las tinieblas
ni la epidemia que devasta a mediodía,
caerán a tu izquierda 1.000
10.000 a tu derecha,
a ti no te alcanzará
…no ha de alcanzarte el mal
ni la peste se acercará a tu tienda
(Dios dice) … con él estaré en la tribulación
lo defenderé, lo glorificaré
lo saciaré de largos días
y le haré ver mi salvación
Sal 91,6-7.10.15
Soy un capellán hospitalario camiliano y, hace 3 meses y medio, visito diariamente a pacientes de Covid 19, leves, graves, moribundos, luchando por días para respirar un mínimo vital para sobrevivir. Me pregunto, ¿cómo es posible que un hospital pobre, sin implementos (sólo 12 ventiladores), con poco personal (reciben a veces 1/3 del sueldo de lo que recibe el personal de los hospitales públicos), tenga en un día del mes de junio mortalidad cero, cuando otros hospitales llegan incluso a 30 muertos al día? La lucha contra el Covid 19 ¿es sólo una lucha médica y tecnológica? ¿Es sólo una lucha de políticas sanitarias, de estrategias epidemiológicas de prevención? ¿Es sólo disponibilidad económica? o ¿es también y, sobre todo, algo que está más allá, algo espiritual-religioso, algo que tiene una real fuerza (natural y sobrenatural) sobre el mal y la muerte?
“
Cristo entregó la sangre (en su cruz) para aniquilar, mediante la muerte, al señor de la muerte, el diablo
” (Heb 2,14). De aquí parte mi experiencia de estos tres meses y medio entre el mal y la muerte por coronavirus. Una muerte fea, ahogándose de a poco, un mal que no tiene piedad de nadie, golpea a todos, incluso a jovencitas de 19 años… mata a muchísimos hombres entre 50 y 60 años, padres de familia, que tenían que ir a trabajar por sus seres queridos, por responsabilidad, un mal que destruye vidas y crea pánico, hace llorar de miedo por días enteros hasta matar, lleva a la UCI para la intubación, crea una coagulación intravascular en todo el cuerpo y derrota toda resistencia orgánica de alguien que parecía se iba a salvar.
En medio de tanto mal, no hay historias que contar, no hay palabras que decir, lo único que prevalece es un tema monocorde … ¡RESPIRAR! ¡y no poder hacerlo, … ni de día ni de noche, ni por una hora solamente, ni tan sólo por un minuto, imposible! ¡Así, hasta la muerte!
El 20 de mayo empezaron a aumentar vertiginosamente los números de hospitalizaciones por coronavirus, los casos graves, las muertes. De 4 pacientes llegamos a 80 pacientes positivos hospitalizados en pocos días, hasta un máximo de 12 muertes en un día. Hoy 15 de junio cero muertos y todos se van sanando gradualmente. Parece el final de una tempestad, de una catástrofe natural. Pero, no es así. Escucho de otros hospitales, que hoy sigue la mortalidad como antes y peor que antes. Me pregunto, los demás hospitales tienen mucho más que nosotros para hacer frente a esta tragedia, ¿por qué tantos muertos? Mi hospital es el
Hospital Parroquial de San Bernardo
, el último hospital de Iglesia que queda en Chile, de dependencia del Obispado, el último de 34 hospitales que estaban funcionando en 1951. En otros hospitales hay capillas, oratorios, hay signos de devoción y de piedad religiosa, en muchos hay voluntariado confesional, funcionarios que tienen su fe y se agarran a Dios suplicándole para afrontar este desafío de salvar a estos pacientes. Pero, nuestro hospital está consagrado a la Virgen Auxiliadora desde el 2015 y tiene un capellán presente las 24 horas del día por los 7 días de la semana, con su Eucaristía diaria. Sólo en nuestro hospital el capellán puede recorrer los servicios libremente y administrar a todos los pacientes católicos el sacramento de la Unción, puede orar con Evangélicos y Testigos de Jehovah, puede bendecir a quien lo pide; puede, en medio de los pacientes de Covid 19, dar una palabra de esperanza sobrenatural, que hay Alguien que ha vencido la muerte y ha resucitado y se llama Cristo Jesús. Ésta es la diferencia entre un hospital católico y uno público, donde como máximo los capellanes siguen por vías virtuales a pacientes, familiares y funcionarios y pueden, si les va bien, dar algunas “extremas unciones”.
Nadie sabe que la Iglesia es experta en epidemias desde hace 2000 años con las frecuentes epidemias del pasado. Que ha desarrollado como remedios, la Unción, los Lazaretos, el martirio de la caridad… los santos de la caridad son una historia común y frecuente en la Iglesia. ¿Y hoy? La Iglesia recluida en casa, en cuarentena como todos los demás. ¿Dónde está su experiencia? ¿Dónde está su caridad? ¿Dónde está su heroísmo del pasado? ¿Su estar presente en terreno donde quema la batalla?
Mi visita está hecha de pocas palabras, pero es la más profunda que haya hecho en mis 30 años de visitas pastorales a enfermos; es la vivencia más fuerte que nunca he sentido. A veces un saludo con la mano, de lejos (porque no tengo los implementos para entrar en todas las salas, hay una limitación de material para revestirse), a veces es una mirada, ojos en los ojos, que hablan más que mil discursos: se lee el miedo, la soledad, la desesperación, la súplica o la resignación o aceptación, la rabia de luchar hasta el final por su familia, por sus hijos. Otras veces entro y le ofrezco el regalo más precioso que pueda recibir en una situación como esta un creyente: un
Sacramento
, es decir, un gesto reactualizado de Jesús, un gesto sobrenatural de salvación, de victoria sobre el mal y la muerte, un hacer nuevas todas las cosas en la propia vida, darle un nuevo sentido, un gesto de sanación y salvación. Muchos católicos reciben este sacramento de la Unción testimoniando su fe. Los evangélicos, los protestantes, los cristianos, reciben el
kerigma primordial
de la iglesia originaria. Los testigos de Jehovah reciben mi visita agradecidos, incluso los que se declaran ateos o agnósticos. “¿En qué cree? les pregunto, y me contestan, “en nada”. Pero aceptan una presencia religiosa como la mía, que llega con hábito religioso y una gran cruz roja camiliana, como para crear un puente con algo más allá que los pueda liberar. O sólo respetan este pobre curita que está poniendo a riesgo su salud y su vida para ir a visitarlos, en un clima de silencio y de rarísimas visitas del personal. Poquísimos los rechazos de mi presencia y de mis regalos espirituales y religiosos. A estos que me rechazan, mirándolos con compasión, me despido, y los veo morirse después de pocos días.
El mismo personal acepta mi presencia, señalándome los pacientes más graves y a veces pidiéndome una bendición para sentirse protegidos y tener la fuerza de seguir luchando en esta emergencia con una tremenda escasez de personal en los servicios más afectados.
Nunca, como durante una pandemia es tan importante
Dios
, no un Dios de palabras (que dice cosas o hace prédicas), sino un Dios de hechos concretos, que cura y salva, que da sentido a la vida y a la muerte. Es importante la
espiritualidad-religiosa
, no la sola espiritualidad o la sola religiosidad; un
ministro ordenado
, para otorgar a quien sufre, a quien muere, a quien sirve, una luz, una palabra última que es de vida, de esperanza y de resurrección. Sin embargo, sé que, en casi todos los hospitales, por motivos de higiene, esta presencia de Dios ha sido alejada o silenciada con leyes restrictivas. Un mundo secularista, usa cualquier excusa para eliminar signos y gestos que hacen presente lo divino, lo
puro
, lo libre, la verdad, lo pacífico, el amor, la Shalom en medio del
barro
; un mundo que cree infinitamente más en la tecnocracia que en un proyecto de salvación espiritual-religioso, que ve aumentar sus muertos en hospitales donde no hay capellanes, pero no aceptará nunca que un pobre curita pueda hacer presente esta gota de agua pura que sana y que salva.
[1]
Tomado libremente por el texto enviado por mí mismo al concurso de relatos e ilustración:
2020: Déjame contarte
; Pontificia Universidad Católica de Chile, Facultad de Medicina PEMHUC (Programa de Estudios Médicos Humanísticos,
www.humanizar.uc.cl
), 20 de junio de 2020.
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